Photos by Rob DeMartin. |
Springsteen volvió a Broadway y me doy cuenta de
que pasaron más de catorce meses de una pandemia que pareciera quedarse por un
tiempo más. Pero el tipo vuelve, necesita retomar ese camino a casa cada vez
más explícito y despejado. Lo primero que pienso, como siempre, es cómo podré
ir a este nuevo espectáculo. En cada gira siempre se abre una especie de GPS mental
que alimenta estrategias y expectativas para poder llegar a algún recital. Dónde
esté y a cualquier edad, asumo que esto siempre me pasará. Pero ya no tengo
veinte años, soy consciente de que vivo lejos, esta peste hace todo más lejos, y
las múltiples responsabilidades me hacen ver lo difícil de concretar ese tipo
de sueños. Pero los conservo, y eso no es poco en este mundo. De alguna manera
con estos regresos yo también regreso, siendo una gran oportunidad para
encontrar todas esas fuentes de inspiración tan necesarias para seguir
descubriendo el camino.
Y las vueltas son siempre fabulosas, en cualquier
orden y en cualquier actividad o profesión. Están llenas de épica, de fuerza
acumulada, de sentimientos que quieren reivindicar alguna cosa que de alguna
manera nos conecta. Y allí está Bruce de nuevo, tratando de reinventar algo que
parece no tener fin.
Uno lo escucha a Bruce o Landau y pareciera que
todo surgió casi por azar, donde una conversación trajo a la otra hasta que
definieron volver en medio de esta peste inaudita. Algo de eso debe haber, pero
entiendo que está claro a esta altura que eso no equivale a improvisación. El éxito
año tras año está forjado en una estrategia y visión que está muy bien pensada
y trabajada.
Y el nuevo Springsteen On Broadway en el St. James
trae elementos que nutren el ecosistema con la realidad subyacente en estos
tiempos, la de la humanidad y las del propio Bruce.
Estamos en tiempos donde nos debatimos entre la
vida y la muerte como algo cotidiano. Y eso trae reflexiones para las personas
que no les gusta ver pasar la vida porque si, profundizando debates intimistas
sobre la propia existencia, pero también con la mirada colectiva sobre los derechos
y libertades.
Y es así como, donde había ocupado un lugar el
joven afroamericano Amadou Diallo, hoy lo llena George Floyd, otro que murió
por el color de su piel en manos de la policía. Y allí están los debates que siglo
tras siglo vienen reclamando un sistema donde la gente no muera por su origen,
raza o religión. Y ese nuevo asesinato movilizó a los Estados Unidos, pero
también al mundo con el denominado Black Lives Matter. Y fue así como
los “41 disparos” que sonaron fuerte en aquel Madison Square Garden del 2001 se
renuevan en este St. James del 2021. Es la misma tragedia, el mismo dolor, las
mismas expectativas rotas de un sistema que no puede deshacerse de ese lado
oscuro.
Pero la peste es la invitada especial de estos
momentos. La que nos está acompañando en este último año y medio. No es el
asesinato sistemático como el de Floyd sino la propia imprevisibilidad de un
suceso que puede estar cambiando el sentido de la historia y nuestra vida por
mucho tiempo. Y allí está la muerte que acecha y nos hace ver la finitud de
todo, permitiéndonos separar lo esencial de lo meramente superficial.
Y es desde ese lugar donde Bruce toma el guante con
una canción que fue pensada para su propia situación personal en una edad donde
el tren ya pasó varias estaciones viendo más de cerca la última parada. Esa
misma canción es como un bálsamo para momentos que necesitamos creer que esto
no termina. Y es así como el tipo decide cambiar el final que estaba
originalmente pensado con “Born To Run”, la epopeya del romper esquemas para
volver a casa, por “I’ll See You In My Dreams”, para marcar que todo este
camino no fue en vano, que todos esos vínculos y momentos, toda esa magia de
tanto tiempo, no se va, no se pierde, se conservará en los sueños más allá de
la existencia física. Una preciosura de sentimiento, que encierra fe y esperanza,
desde un lugar bien terrenal sin dudas, pero dejando volar la creencia en lo
trascendente para darle un vuelo a la propia vida.
Pero Bruce es Bruce. Y algo de fiesta debe haber.
Por eso nada mejor que traer “Fire” como novedad a un espectáculo que va a
dejar cenizas atizadas en el corazón. Es la contraposición a todo un contexto
lleno de incertidumbre y oscuridad, es la canción perfecta para seguir jugando
y divertirse a pesar de todo. Hacen un
dueto con Patti que los que lo han visto dicen que está espléndidamente
logrado.
Y acá me encuentro en modo Broadway, nuevamente
con esas ganas de viajar para ver algún concierto.